lunes, 28 de noviembre de 2011
Libro de la Semana: los podcasts de Platón
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lunes, 21 de noviembre de 2011
¿A quién le sirve ya el euro?
Por Manuel Castells (*)
Ya no cabe duda sobre el talante antidemocrático de la UE. La propuesta de Papandreu de preguntar a sus conciudadanos si aceptaban vivir en austeridad espartana para poder pagar en euros desencadenó una tormenta financiera y política que entre amenazas e improperios de Merkozy y Cameron provocó la crisis del Gobierno griego y puso al país patas arriba.
¿Qué hay de malo en que la gente decida sobre su salud, su educación y su empleo? ¿Son temas demasiado complejos para el populacho? No exageren, que algunos tenemos más estudios que los mandamases.
Con algunos colegas me comprometo a explicar clarito a los ciudadanos de qué va el euro y su crisis y a quiénes benefician y perjudican y cuáles son las distintas opciones posibles, incluida el repatriar al euro a Bruselas. A condición naturalmente de tener la misma información que se reservan financieros y gobernantes.
El problema no es de complejidad, sino de democracia. A lo que más temen los políticos en estos momentos es aque los ocupen, a que les arrebaten ese poder delegado que mantienen mediante un mecanismo controlado de elecciones entre opciones encerradas dentro de límites sistémicos y legitimadas mediáticamente. Un referéndum, sin ser una forma perfecta de decisión popular, abre el abanico de posibilidades, siempre y cuando sea limpio.
Había que ver a asesores políticos europeos aconsejando que si se hacia el referéndum se hiciera con una pregunta inteligente, o sea sesgada hacia lo que conviene. Hay, profundamente, arrogancia elitista y repulsión hacia la voluntad popular, por mucho que se disimule. Porque aunque se equivocara el pueblo, tiene derecho a hacerlo. Ya pasó el tiempo de los que nos salvaban porque no sabíamos lo que hacíamos.
En realidad no se trata de salvar al pueblo, sino de salvar al euro, como si esto fuera equivalente. ¿Por qué tanto interés? ¿Y de quién? Porque diez de los veintisiete miembros de la UE viven sin euro y algunas de sus economías (Reino Unido, Suecia, Polonia) son mucho más sólidas que la media de Unión. Defender el euro hasta el ultimo griego es la primera línea de defensa para una moneda que está condenada porque expresa economías divergentes y no tiene un estado que la respalde.
Con Portugal e Irlanda en la UVI, España en la cuerda floja y una Italia en permanente crisis política y endeudada hasta las orejas de su histriónico ex líder, la franco-germana defensa del euro tiene otras explicaciones que la historia de terror que nos cuentan sobre la catástrofe financiera que ello implicaría con efectos devastadores en nuestro cotidiano como si la vida dependiera de la bolsa.
La primera razón es obvia: salvar a los bancos, sobre todo alemanes y franceses, que prestaron sin garantías a Grecia y demás PIGS mediante la manipulación de cuentas que, al menos en el caso de Grecia, hizo la consultoría de Goldman Sachs (Por cierto, debe ser simple casualidad que Draghi, el flamante nuevo presidente del BCE también fuera empleado de Goldman Sachs).
De entrada ya tienen que olvidarse del 50% de la deuda de Grecia, aunque no está claro quién acabará pagándola. Pero el otro 50% lo tienen que sacar de la sangre, sudor y lágrimas de los griegos, prestándoles nuestro dinero, para que el impago no quede impune. Si Grecia denunciara la deuda, como hizo Islandia a quien le va tan ricamente, un dracma devaluado en 60% haría impagable el resto de la deuda. Más aun, el efecto contagio en mercados financieros llevaría al impago de gran parte de la deuda soberana, llevando a la quiebra a los bancos que se aprovecharon del euro para prestar sin solvencia.
O sea, se trata de salvar a unos bancos concretos y, en términos más amplios, evitar una nueva crisis del sistema financiero. Se quiebran países para no quebrar bancos. ¿Pero por qué se hace? Al fin y al cabo, los Merkozy no son empleados de banca.
Tienen sus intereses políticos, de país y personales. Alemania es la que realmente necesita que el euro sea la moneda europea y que sus socios no puedan devaluar. Porque el modelo de crecimiento alemán es en realidad el chino: crecer mediante exportaciones favorecidas por una moneda subvalorada y reducir salarios (reducción del 2% en términos reales en el último quinquenio). Si hubiese un euro-marco fuerte, Alemania perdería mercados en Europa y competitividad respecto a exportaciones españolas o italianas. Pero hay otra dimensión político-personal: tanto Merkel como Sarkozy necesitan establecer su liderazgo europeo tanto por razones de política interna como por proyecto de grandeza nacional que se tiene que disfrazar de europeo para no despertar viejos fantasmas. ¿Y las otras élites políticas europeas? Algo semejante ocurre, su importancia personal y de país se realza siendo cola del león europeo porque la ratonez de su ámbito les viene estrecha. Sentirse europeos, en un mundo en tránsito desde Norteamérica a Asia, les da la impresión de ser algo más que productos aldeanos del aparato de partido que tanto desprecian.
¿Y nosotros en todo esto? Cierto que el desbarajuste financiero que ocasionará (no hay errata de tiempo de verbo) el advenimiento de la euro-peseta causará problemas de transición en la economía y en nuestros bolsillos, en condiciones que dependen de cómo se produzca la transición. Pero se recuperaría la soberanía de política económica, se ajustaría la realidad monetaria y financiera a la economía real, se incrementaría la competitividad, ganando mercados externos e internos, habría una explosión de turismo que sería a precios de ganga.
Se podría reactivar la economía emitiendo moneda. Y por tanto se incrementaría el empleo. Porque lo esencial es crecer, no flagelarse. Claro: habría inflación. Pero es la mejor receta para reducir deuda, incluida la de su hipoteca.
¿Y el sueño europeo? Pues hagámoslo con la gente, amándonos los unos a los otros, en lugar de ver quién paga la cuenta. Cuando piense euro, piense estafa. Cuando piense Europa, piense amigas.
(*) Sociólogo internacionalmente reconocido, es catedràtico de sociologia en la UOC de Barcelona
Libro de la semana: el puño invisible
- El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales. Carlos Granés Maya. Taurus. Madrid, 2011.496 páginas
Flamante ganador del Premio Internacional de Ensayo Isabel Polanco, en su tercera edición de 2011, El puño invisible. Arte, revolución y un siglo de cambios culturales, de Carlos Granés Maya, es, de entrada, una obra sorprendente por su ambición, pues abarca toda la prolija y compleja historia de la agitación cultural de vanguardia del siglo XX, incluyendo en ella los movimientos epigonales de la misma hasta prácticamente la actualidad, dentro de esa alargada vaguada que hemos dado en llamar nuestra era posmoderna. Con sólo el enunciado del tema abarcado por Granés Maya, la perspectiva de su investigación es, cuantitativa y cualitativamente, abrumadora, pero lo verdaderamente asombroso es cómo ha logrado hacer viable su lectura, ya que el libro resultante, que consta de medio millar de páginas, mantiene viva la atención sin que el interés decaiga en ningún momento. Es obvio, por tanto, que está muy bien escrito según el patrón del mejor ensayismo anglosajón, cuyas principales cualidades podríamos resumir como la suma de capacidad de síntesis, claridad expositiva y un formidable ritmo narrativo, que engancha y transporta al lector no especializado de la primera página a la última.
A través de este amplio recorrido histórico, la tesis principal de Granés Maya es la confrontación entre el éxito de la agitación cultural vanguardista frente al fracaso de las revoluciones políticas, lo cual supone algo así como volver sobre una dicotomía clásica, la de la comparación e interdependencia entre vanguardia artística y política, pero, en este caso, invirtiendo el punto de vista tradicional al respecto. Dividido en dos grandes partes, lacónicamente tituladas 'Primer Tiempo' y 'Segundo Tiempo' -la primera de las cuales recoge el relato completo del impulso de la vanguardia hasta el triunfo del Pop como preámbulo a nuestro posmoderno momento actual, y la segunda, centrada precisamente en este último-, el ensayo de Granés Maya se remata con un epílogo melancólico, en el que augura un pronto final patético al vanguardismo épico por el agotamiento de su sentido histórico. Aunque, como espero que se comprenda, estoy simplificando en extremo la tesis de este brillante ensayo y hurtando su rica argumentación, lo que se colige al final es que su autor considera ya definitivamente obsoleta por consunción esta estrategia de la innovación cultural vanguardista, en la medida en que, en efecto, por así decirlo, ha triunfado operativamente, y para la "modernizada" sociedad actual la ansiosa voluntad de ruptura ha perdido el aura que hasta hace poco la legitimaba, convirtiéndose en un vacuo gesto retórico, tan previsible como aburrido.
En cierto sentido, se puede afirmar que la crónica histórica de este convulsivo y apasionante proceso termina por donde empezó: en el nihilismo. No en balde Granés Maya usa como referencias básicas iniciales a Max Stirner, autor de El único y su propiedad, un vitriólico panfleto anarquista donde el egotismo se eleva hasta su enésima potencia solipsista, y a Friedrich Nietzsche, cuyo pensamiento arrasó todos los principios y valores de la filosofía occidental. ¿Hasta qué punto estos dos pensadores, Stirner y Nietzsche, no hicieron sino poner al rojo vivo la contradicción existente entre el ideal de emancipación del sujeto moderno -el de la libertad- y el ideal de su planificación social operativa -el de la igualdad-, o, si se quiere, que ambos fueron los aguafiestas de la ilusión de la modernidad en sí misma? Como se ve, en cualquier caso, el asunto es todo menos simple, si bien Granés Maya tampoco se pierde por demasiados vericuetos abstrusos, sino que se ciñe a levantar el mapa de esa batalla de la modernización cultural rampante del siglo XX, que recogió el legado progresista del siglo anterior y lo convirtió en una máquina para el descuartizamiento de formas artísticas tradicionales y en una fábrica de experiencias existenciales y de experimentos de toda índole.
Iniciando su crónica del vanguardismo militante por el antipasadista Marinetti, adecuado preámbulo para luego deambular por los puntos álgidos de la destrucción de las vanguardias históricas, como el dadaísmo y el surrealismo, uno de los aciertos, a mi juicio, más rotundos del recorrido histórico llevado a cabo por Granés Maya es, por un lado, la atención que presta a lo ocurrido en la vanguardia cultural entre 1930 y 1970, sin desdeñar meterse de lleno en todos los fenómenos "contraculturales" habidos en este feraz y explosivo periodo alargado, y, por otro, todavía más, dar la importancia adecuada a lo que supuso entonces y desde entonces a las plataformas ideológicas y operativas del llamado "Tercer Mundo", a propósito o a costa del cual se alimentó la dinámica revolucionaria de la vanguardia cultural y política del último tramo del siglo XX, por lo menos hasta la simbólica caída del muro de Berlín y el "fin de la Historia" que alumbra u oscurece nuestra situación actual. En este segmento, me parece particularmente esclarecedora toda la parte que Granés Maya dedica a la génesis y el desarrollo de la Internacional Situacionista y a los ideales revolucionarios fraguados en la hirviente caldera latinoamericana con el mito de la revolución cubana a la cabeza.
En fin, es casi imposible sintetizar toda la urdimbre de acontecimientos con que Granés Maya traza su gran relato sobre el revolucionario cambio cultural vivido en nuestra época, cuyo "puño invisible" ha golpeado nuestra identidad hasta el aturdimiento. Se trata, en todo caso, de un relato que admirablemente se sostiene en pie aun en el filo de la navaja o en la cuerda floja de un momento histórico como el del presente, el cual se ha autodefinido como el de la "crisis de los grandes relatos". Si ha podido lograr salir victorioso en el empeño es quizás porque Granés Maya ha optado por asumir el punto de vista de las historias en vez del de la Historia, el del seguimiento de la diseminación en vez del restablecimiento de un orden central normativo, lo sinuoso en vez de lo cursivo. Por lo que si la aventura vanguardista termina donde empezó, no puede decirse que esta deambulación histórica haya sido sólo una "crónica de una muerte anunciada" o, si se quiere, no, al menos, una muerte de la conciencia crítica, ese despertador de las ilusiones.
lunes, 14 de noviembre de 2011
Libro de la Semana: La Tercera Revolución Industrial
Jeremy Rifkin. La Tercera Revolución Industrial. Cómo el poder lateral está transformando la energía, la economía y el mundo. Editorial Paidós, Barcelona, 400 páginas.
Los historiadores económicos son muy parcos a la hora de emplear la palabra revolución en sus monografías. En el libro de Rifkin, en cambio, se hace referencia a tres revoluciones industriales ya en los primeros párrafos. La primera basada en el carbón mineral y el vapor, la segunda en el petróleo, el gas natural y el motor de explosión interna y la tercera en una energía renovable.
El texto, bien escrito, deja constancia tanto de que su autor es un viajero, conferenciante y animador social empedernido, como de que se ha reunido con la crème de la crème europea como "Romano" o "Angela" y con empresarios y ejecutivos de grandes empresas. El libro describe la posibilidad de llevar a cabo la Tercera Revolución Industrial sustentada en los siguientes cinco pilares: 1. Efectuar el cambio de un régimen energético de combustibles fósiles basados en el carbono por un régimen de energías renovables. 2. Reconfigurar el parque mundial de edificios para transformar cada inmueble en una minicentral eléctrica capaz de captar in situ energías renovables. 3. Instalar tecnología de almacenaje de energía renovable en todos los edificios. 4. Utilizar la tecnología de la comunicación de Internet para poner en contacto las minicentrales eléctricas con los consumidores. 5. Implantar un parque de vehículos de motor eléctrico con alimentación de red o pilas de combustible, impulsados por energías renovables. Una economía anclada en estos principios, concluye, acabaría con el predominio de las grandes empresas que organizan la actividad económica de forma jerárquica desde arriba. Para implantar esta revolución es necesario la más estrecha colaboración entre el Estado y las empresas, pero al final quien debería llevar las riendas es el primero, según se desprende de las palabras de Rifkin. El problema de este ensayo no radica en que su autor demande una economía fundamentada en unas fuentes de energía sostenibles, ¡que bienvenidas sean!, sino en que rezuma por todas las esquinas un tufillo a proyecto de visionario. Se refiere constantemente a una causa única de todos los males (los límites de un sistema basado en combustibles fósiles) y un remedio único (adoptar los principios apuntados de la Tercera Revolución Industrial, el producto que nos quiere vender). También denuncia que los economistas, los ejecutivos y los políticos no saben cuáles son las "verdaderas" causas de la crisis que padecemos en la actualidad y, por este motivo, van dando palos de ciego. Salpica su exposición con unas gotas de síndrome de Casandra: él tiene una visión pero en su país no le hacen caso debido a que los estadounidenses tienen "una relación casi religiosa con la empresa privada". Por eso acude a Europa y elogia al Gobierno y al Parlamento de la Unión Europea por llevar a cabo sus propuestas.
Todo su discurso se articula en torno a la "democratización" de la energía y la descentralización derivada de Internet (el poder lateral); sin embargo, para cumplir estos objetivos acude y se reúne con los políticos y los ejecutivos de las grandes empresas. No se detiene en el estudio del marco institucional que permitiría aflorar estas pequeñas empresas, pero sí narra los tejemanejes políticos para obtener subvenciones. No queda clara la viabilidad financiera de su propuesta a pesar de que en el capítulo tercero expone algunos proyectos que él y su equipo han llevado a cabo en San Antonio (Tejas), Roma, Utrecht o en el principado de Mónaco. Muestra su desacuerdo con el análisis realizado por Adam Smith (al que quiere "jubilar" en el capítulo séptimo), que describió el funcionamiento del sistema descentralizado del mercado y, sobre todo, denunció las distorsiones debidas a las malas mañas de algunos empresarios (subvencionados) y políticos para obtener rentas a costa de los consumidores y de aquellos productores más emprendedores. Es decir, el economista y filósofo escocés puso los cimientos para explicar cómo las variaciones de los precios suministran una información que permite señalar dónde están los problemas y estimular a los empresarios a solucionarlos a cambio, eso sí, de obtener un beneficio. Rifkin prefiere primar "la necesidad de sociabilidad" y "el ansia de comunidad" de los humanos más que sus intereses crematísticos, aunque parece desconocer las reflexiones de Smith sobre el altruismo de los seres humanos. Uno de los instrumentos más poderosos que tenemos para salir de la crisis y de los problemas energéticos son las ideas; como aquellas que surgieron modestamente en el garaje de un rincón apartado de California (Apple). Estas ideas son más prometedoras que las que se conciben en las cabezas de algunos gurús que predican desde el otro lado del Atlántico, como Michael Moore, Al Gore o Jeremy Rifkin. Este incluso quiere dar lecciones a los emprendedores para concienciarles de su visión, emprendedores que por cierto no se mueven por los despachos de los políticos y grandes empresarios con los que Rifkin se codea continuamente y trata de tú a tú. Las ideas de un Steve Job que emprenda la tarea de ofrecernos una fuente de energía renovable a precios asequibles y fácilmente acumulable son las que necesitaríamos para resolver el problema energético actual.
lunes, 7 de noviembre de 2011
Libro de la semana: Las cualidades del líder
- Las cualidades del líder. Joseph S. Nye. Paidós. Barcelona, 2011. 240 páginas.
Hay autores que cuando dan con una distinción conceptual afortunada ya no la sueltan. Éste es el caso de Joseph Nye, que viene desarrollando desde 1989 las consecuencias derivadas de distinguir entre poder duro y poder blando. Como es conocido, el primero se basa más en las facultades para usar de la amenaza -el "palo"- y la recompensa -la "zanahoria"-; el segundo, en la capacidad de atracción de quien lo ejerce. Nuestro autor lo ha utilizado profusamente, y con mucho éxito, en el ámbito de las relaciones internacionales. Ahora trata de aplicarlo también al liderazgo. Desde luego, no como el criterio fundamental ni único a partir del cual explicar por qué algunos líderes triunfan y otros fracasan en el ejercicio de sus funciones. Nye es bien consciente de que las cualidades del líder son un intangible que no se abre a una explicación sencilla, y de que estamos ante uno de esos conceptos disputados que sólo cobran inteligibilidad a partir de una extensa consideración de supuestos prácticos. Puede que sea aquí, en la importancia asignada a los elementos contextuales, donde se encuentre lo mejor del libro. También en iluminar la dependencia mutua entre los líderes y sus seguidores y la forma en la que esta interacción nos ilustra sobre su eficacia relativa. El libro se adentra así, bien asentado sobre las espaldas de autores clásicos que van de Laozi y Maquiavelo hasta la profusa literatura actual sobre liderazgo político y empresarial, en este objeto esquivo donde los haya. Su intención es atraparlo en categorías que den cuenta de sus muchos "estilos", crear un poco de orden conceptual y analítico. Y el viaje merece la pena, porque al final todas las clásicas explicaciones en términos de carisma y de supuestos rasgos personales del líder dan paso a otras menos épicas pero más sutiles y eficaces. La clave estaría en una adecuada aplicación de lo que el autor llama "inteligencia contextual", la capacidad del líder para detectar cuándo es necesario hacer un uso correcto de sus habilidades de poder duro o blando, o de hacer prevalecer un estilo "transformacional", donde predominan la visión, la comunicación y lo emocional, u otro más "transaccional", más apoyado sobre la habilidad organizativa y la perspicacia política. Cuál de estas habilidades se haga preponderar dependerá, pues, al modo maquiaveliano, de los rasgos específicos de la realidad que trata de disciplinar y/o transformar; de cuestiones tales como la cultura en la que se inserta, las necesidades y demandas de sus seguidores, la específica distribución del poder, la información disponible o la situación de crisis o urgencia en la que se encuentre. Un buen líder, por tanto, debe ser versátil, de amplias aptitudes y gran capacidad para leer las diferentes coyunturas en las que se requiere su intervención; debe poseer lo que Nye califica como "poder inteligente" (smart). Si los tiempos de Maquiavelo hacían necesario que el príncipe supiera encontrar un buen ajuste entre la fuerza del león y la astucia del zorro, ahora parece requerirse la capacidad de adaptación del camaleón. Quizá porque no es el momento más brillante para el ejercicio de la acción política en un sentido enfático. Son tiempos sistémicos, de grandes mudanzas, de fuerzas y poderes encontrados y superpuestos en los que sólo se consigue sobrevivir y ser eficaz con un gran sentido para la adaptación a los siempre mutantes caprichos de los seguidores, de los medios de comunicación y de las circunstancias sociales. Un entorno, en definitiva, donde tendrá más posibilidades de triunfar cuanto antes abandone las actitudes masculinas del ordeno y mando y se abrace una dimensión más "femenina" en la gestión de su poder. O, lo que es lo mismo, gran capacidad organizativa, inteligencia emocional y atención a los detalles.


viernes, 4 de noviembre de 2011
Columna Quimera: Oportunidad y Amenaza
LULA APUESTA POR PEMEX. En medio de la refriega y la polémica por la participación de PEMEX en la petrolera española Repsol, surgió una voz que añade una perspectiva geopolítica al debate: el expresidente brasileño Lula da Silva, quien apostó por la asociación estratégica de PETROBRAS y PEMEX para explotar los yacimientos de Sudamérica y compartir tecnología. Según Lula, México tiene que mirar también un poco hacia el sur, porque es competitivo, con más de 100 millones de habitantes y que al compararse con el tamaño de otras naciones como Venezuela, Colombia, Perú, Argentina o Brasil, salta a la vista que puede crear nichos de oportunidad para crecer más, aumentar sus exportaciones, buscar nuevos socios comerciales y construir nuevas alianzas.
El ejemplo de la compañía petrolera brasileña nos muestra una expansión tanto de la marca (su presencia global está fuera de toda discusión), como de la tecnología. Brasil propuso recientemente la creación del Anillo Energético Sudamericano, en el marco de la UNASUR, y tiene a su cargo los principales yacimientos de gas en Bolivia, las centrales hidroeléctricas de Yaciretá e Itaipu, ambas en el Paraguay y los pozos de perforación en aguas profundas del Atlántico, que han sido puestos como modelo para PEMEX cada que se habla de la exploración en aguas profundas. Además, tiene firmados convenios de colaboración con las GASPROM y RUSOIL, empresas de la Federación Rusa con quienes interviene en el abasto de energía a Cuba.
La propuesta de asociación es, sin duda, interesante y actores políticos, ya han dejado claro su punto de vista, la petrolera necesita de la iniciativa privada.
Como siempre que se habla de energía y petróleo en México, las preguntas que habría que responder son; ¿qué futuro queremos para PEMEX?, ¿necesita PEMEX acuerdos de cooperación?, ¿queremos los mexicanos que nuestra petrolera se convierta en una multinacional, con sus costos y sus beneficios?
Es triste, que los actores políticos de este país, tal cual dijo Lula, no tengan ni idea de la importancia que esta propuesta tendría para México, para PEMEX y para América Latina.
TENENCIA TINTE ELECTORAL. Uno de los puntos de conflicto en la negociación del paquete fiscal 2012, ha sido la desaparición de la tenencia federal a partir de enero próximo.
Esto reduce los ingresos de los gobiernos estatales y los obliga a tomar una serie de decisiones que les permita compensar: crear nuevos impuestos locales o incrementar los ya existentes (como el derecho vehicular que acompañaba a la tenencia federal).
Lo que es un común denominador entre prácticamente todos los gobiernos locales es que, en pleno proceso electoral, ninguno está dispuesto a autorizar nuevos impuestos e incurrir en los costos políticos de hacerlo. En contraste, buscarán fuentes alternativas de financiamiento provenientes de la federación, como el impuesto especial a la gasolina de más de 30 centavos por litro, que al igual que la tenencia, es 100% participable y cuya vigencia se pretende ampliar al menos hasta el 2014. Un segundo punto que complica la negociación del paquete fiscal es que a la par se está negociando el nombramiento de los tres consejeros faltantes del Instituto Federal Electoral. Esta situación, en vez de abonar a los acuerdos necesarios para destrabar la discusión financiera, la complica aún más, contamina lo mínimo logrado y detiene cualquier posibilidad de acuerdo político que beneficie al país.

martes, 1 de noviembre de 2011
Columna Quimera: insuficiencia recaudatoria
Los datos de junio del presente año, hechos públicos la semana pasada, muestran que los ingresos del Sector Público Presupuestario se ubicaron en 1’523,482.20 millones de pesos creciendo en términos reales 4.6%. Mientras que en el 2003, el Registro Federal de Contribuyentes estaba compuesto por 9.4 millones de contribuyentes activos según el SAT, a diciembre de 2009, el padrón se conformó de 28.3 millones, a diciembre del 2010 la cifra se ubica en 33 millones de de registros activos.
En este orden de ideas, es importante distinguir entre la “eficiencia” y la “eficacia” recaudatoria, en el ámbito de la administración tributaria internacional, la eficacia se refiere a la capacidad de gestión de la administración tributaria en los diversos campos de su accionar, mientras que la eficiencia tributaria normalmente se refiere al uso óptimo de los recursos captados y a la minimización del costo de la administración. Aunque en México, el SAT utiliza el término “eficiencia recaudatoria” para referirse a los niveles de recaudación provenientes de sus acciones, lo que no deja de ser irónico.
En nuestro país se ha aplicado una política fiscal más o menos responsable, donde las metas del déficit presupuestario se logran y donde la postura central es adecuada, incluso se reconoce que el déficit ha disminuido alrededor del 2.5% como porcentaje del PIB, pero quedan los problemas de la estructura de la deuda pública de los estados.
La Federación reparte tarde y mal el dinero que corresponde a los estados, y éstos no siguen con rigor los controles de gasto y el ejercicio de los recursos públicos, así tenemos estados y municipios endeudados hasta el tuétano, con las consecuencias que ello implica. Según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, de los 32 estados de la República sólo tres entidades, Distrito Federal, Estado de México y Veracruz, estarán por encima de la línea de pobreza en el 2030. Ni hablar de los 2 mil 435 municipios de la República, de los que sólo 18 lograrán situarse en niveles básicos de desarrollo humano para tal fecha.
Para ahondar en esta idea cabe señalar un dato: en la iniciativa de decreto de la Ley de Ingresos de la Federación para el Ejercicio Fiscal 2012 las estimaciones de la SHCP en el tema de los ingresos, indican que en 2012 éstos llegarán a 3 billones 706 mil millones de pesos.
Es muy importante que los mecanismos de recaudación sean del todo eficientes y permitan al Estado contar con mayores ingresos por la vía de los impuestos, ya que los que se obtienen por el petróleo están sujetos a los vaivenes del precio internacional, como en los últimos años ahora la economía nacional se encuentra petrolizada, y ya no es posible depender de este factor, si no se corrige la insuficiencia recaudatoria estaremos en severos problemas en los próximos años.
